Era el Despacho del
Departamento de Ingeniería en el que los estudiantes se paraban unos
instantes antes de siquiera plantearse llamar a la puerta cuando iban
a entrar, el despacho que la mayoría solía evitar o pasar ante él
de puntillas o corriendo si no tenían más remedio. Tan sólo los
más excéntricos de los departamentos de Ingeniería, Matemáticas e
Historia Antigua, los obsesionados con los más recónditos misterios
de los departamentos de Física y Psicología se atrevían a
encaminarse hacia ese Despacho en concreto. La sencilla placa en la
puerta anunciaba:
Brontes
Profesor Emérito de
Ingeniería Dimensional
Era el Despacho del que
los frikis de Warhammer 40K (por puro fetichismo) llamaban el "Rey
Carmesí". Hacia esa oficina, el único lugar de toda la
Universidad sin teléfono (por exigencias de su ocupante), corría
uno de los becarios del departamento para entregar un mensaje. En su
interior no podía evitar lamentar que le hubiera tocado a él y que
el puñetero profesor de Ingeniería Dimensional insistiera en no
tener teléfono y que habitualmente mantuviera su ordenador portátil
(ese extraño cacharro que siempre llevaba consigo) desconectado de
la red Wi-Fi de la universidad. Llamó a la puerta con dos golpes
secos y no tardó en dar el paso una voz profunda y rota. El becario
tragó saliva, aferró el pomo de la puerta, abrió y entró. El
Despacho parecía la oficina de un arqueólogo en la que se hubiera
estrellado el taller de un artista abstraco con afición a la absenta
y el LSD y hubiera sido redecorado por un tornado. Sin embargo, en
medio del caos de papeles, planos, reliquias de la Antigua Grecia,
esculturas fruto de una de las sesiones más excéntricas de Salvador
Dalí y centenares de manuales y libros sobre ingeniería, historia
antigua, arte, ocultismo y otras materias, parecía existir un orden
subyacente y alienígena. Era como ver un grabado de M. C. Escher en
pleno viaje alucinógeno, en el que, según la perspectiva todo
variaba de posición y de forma y parecía tener más dimensiones de
las normales. En medio de semejante caos conceptual, como un monstruo
goyesco surgido del sueño de la razón, Brontes aguardaba en pie.
No era una figura
insignificante. Un coloso corpulento, de más de dos metros de
altura, que parecía estar construido en una escala mayor
y bajo unas directivas alienígenas. Era un titán surgido de las
pesadillas de la antigüedad, con brazos y piernas dotados de una
poderosa musculatura y un torso como un barril que parecía formarse
sobre una estructura osea ajena a lo conocido por el ser humano, como
si sus costillas formaran una gruesa placa ósea bajo la densa capa
de carne, nervio y gruesa piel bronceada. La mirada del único ojo de
iris tornasolado situado en el centro de su rostro, sobre la nariz
ancha y chata, emanaba autoridad y el saber de los eones. Este rasgo
y la abundante y larga cabellera de un rojo vivo que habitualmente
llevaba recogida en una trenza, le habían valido el sobrenombre de
“Rey Carmesí”, que no tardaron en popularizar los frikis de
Warhammer 40K. Los rumores, que eran imposibles de contener,
afirmaban que llegó a la Miskatonic al regresar una expedición
arqueológica de la universidad en algún lugar de Grecia, y en la
que se trajo una ancestral escultura en bronce de origen desconocido
que representaba un cíclope. Desde entonces, se había incorporado
al cuerpo facultativo y había conseguido su propio despacho, donde
pasaba la mayor parte del tiempo, además de algunas visitas a las
dependencias de la Fundación Wilmarth y el Laboratorio Nuclear
Pickman.
Vestido de manera
informal, con una camiseta roja con un escarabajo egipcio blanco que
parecía resaltar su anatomía alienígena, unos pantalones de cuero
negro y una gruesas botas con puntera metálica, Brontes examinó al
becario y le interrogó con respecto al motivo de su visita, por lo
que el becario, indeciso e impresionado ante el aspecto del profesor
(aunque no era la primera vez que lo veía, siempre le sucedía lo
mismo), le entregó vacilante la nota con el mensaje. El coloso tomó
con su enorme manaza la nota y la leyó con concentración. Al
comprender el mensaje y ver la firma, palideció intensamente,
agradeció al becario la entrega y le indicó que se marchara, cosa
que hizo sin lograr contener su alivio. Brontes, comprendiendo que
debía actuar con urgencia, sacó de un armario una armadura de
bronce de extraño diseño y un grueso y pesado martillo de herrero.
Actuando con premura, se vistió la protección y colgó la
herramienta de su cinturón, con lo que consiguió parecer un heavy
embutido en una coraza de hoplita creada por H.R. Giger. Tras esto,
rebuscó bajo una revuelta pila de papeles y extrajo su portatil, un
extraño aparato cuya cubierta rugosa y de extraña textura, en la
que se dibujaba un extraño rostro, desconcertaba al Departamento de
Informática. Una vez equipado, salió a la carrera en direccióna la
Residencia Universitaria La Llave y la Puerta, en cuya recepción le
aguardaba Anna Pickman. La joven de pelo negro como ala de cuervo y
rasgos latinos rompía la tónica con respecto a los demás miembros
de la familia, de apariencia más caucásica, aunque era
indiscutiblemente una de ellos y la más terrible en su ira. Incluso
Brontes, con todo su poder, prefería mantener buenas relaciones con
ella, causa de su prisa en prepararse y acudir a la llamada.
Anna sonrió, complacida
al ver llegar al cíclope y no tardó en comunicarle el motivo de su
llamada:
-Verás, es Halloween, y
conociendo los antecedentes del pueblo y de la universidad, me temo
que pueda suceder algo raro, y quiero decir más raro de lo habitual.
Probablemente a algún estudiante se le vaya alguna broma de las
manos, por lo que es mejor estar prevenidos. Necesito los planos de
la reforma de la Residencia para asegurarme de que la estructura
metálica de la misma no puede favorecer la ceremonia de invocación
de un antiguo dios sumerio de otra dimensión, y se que tú los
diseñaste, por eso te he llamado.
Brontes esbozó una mueca
a medias entre una sonrisa y un gesto de preocupación. Precisamente
por una metida de pata de un estudiante se encontraba él allí.
Estaba convencido de que la estatuilla que utilizaron para invocarle
la entregó Nyarlathotep, ¡seguro! Alguien conocido como el “Caos
Reptante” aprovecharía cualquier ocasión para tocarle las narices
a cualquiera con una broma pesada de ese tipo, y todo lo demás son
excusas. Justo en el momento en que abría su portatil y lo encendía,
se oyó un lejano grito propio de una “scream queen” de cine de
terror en algún lugar de la Residencia.
-¡Maldición! Es tarde,
ya ha empezado -se lamentó Brontes.
Era el momento de entrar
en acción.