sábado, 18 de mayo de 2019

End Time (parte 6): La resistencia de la Universidad Miskatonic

Si en la Universidad Miskatonic hay algo peor para los alumnos que la época de exámenes, es la época de exámenes unida a una de las habituales crisis de la ciudad. La casualidad quiso que el plan de Nyarlathotep contra Arkham fuera a mediados de mayo, en la cercanía de los exámenes finales del curso, por lo que el caos habitual se veía sumado a la presencia de robots gigantes reaggetoneros por las calles de la ciudad. Por fortuna para estudiantes y profesores, los combates no habían llegado hasta el campus propiamente dicho. Hasta ahora.

Seabury Q. Pickman escuchó una tremenda explosión y se asomó por la ventana de su despacho. Pudo ver a lo lejos cómo un robot de aspecto excesivamente japonés salía disparado al cielo con una estela de humo tras él. Negó con la cabeza. La crisis de los portales de Nyarlathotep estaba siendo un desastre para la ciudad. Vale que tenían una buena cantidad de defensores, pero eso no quitaba el daño que se estaba haciendo. Él había estado en las reuniones de los defensores en los primeros días de la crisis, pero pronto vio que su presencia no ayudaba mucho, ya que al fin y al cabo él no era más que un antropólogo. Poco después decidió volver a su trabajo en la universidad. No dejaría que todo aquello afectara a sus quehaceres diarios. Eso sí, mantenía una vigilancia constante para evitar que la locura inundara el campus. Por suerte, parecía que los alumnos no estaban llevando tan mal todo aquel caos. La mayoría iban a estudiar a la biblioteca general de la universidad, ya que estudiar en sus casas o en sus cuartos en las fraternidades era imposible con tanta explosión, gritos, y lo que era peor, robots reaggetoneros. Así, una extraña normalidad reinaba en el campus entre los ruidos de los combates en la ciudad. Una llamada a la puerta del despacho de Seabury fue lo que acabó con la aparente normalidad.

Seabury invitó a pasar a quien había llamado y se encontró con que se trataba nada más y nada menos que del becario de la Fundación Wilmarth. Sabía que este lamentable grupo se había unido en la defensa de la ciudad, pero sus ataques consistían en tirarles piedras con forma de estrella a los portales dimensionales, cosa que servía de bien poco. La prohibición del uso de explosivos se la estaban tomando muy en serio. Seabury no tenía relación alguna con miembros de la fundación, así que la presencia del becario sólo podía relacionarse con lo que estaba sucediendo en toda la ciudad.

-Doctor Pickman, los horrores extradimensionales han llegado a la universidad -dijo el becario nada más cruzar la puerta-. Me han dicho que usted era el encargado de la defensa del campus.

-Sí, bueno... cuando se prepararon las defensas de la ciudad, el consejo universitario me eligió como el encargado de esa tarea. Pero está claro que no soy el más indicado para esos menesteres.

-No importa si se es el indicado o no, la llamada del deber le espera. Se ha abierto un portal. Está dentro de la universidad, y lo que sale de su interior está atacando a los alumnos y destruyendo propiedades muy valiosas. Nosotros somos los encargados de la defensa de esta universidad, no podemos quedarnos quietos.
-Que me aspen si me esperaba tal discurso de un miembro de la Fundación Wilmarth. Pero, en contra de lo que cualquiera podría esperar, tus palabras me han inspirado lo suficiente. Llévame a ver ese portal.

Seabury siguió al becario tras salir de la facultad. En las calles de la universidad ya escuchaba sonidos de batalla. Podía ver humo saliendo detrás de la facultad de biología, lo que no era nadad bueno. Cómo no, se cruzaron con la típica multitud de ciudadanos aterrorizados que corrían a voz en grito en la dirección contraria a las explosiones. Siguieron en dirección a la facultad de biología y Seabury no tardó en ver de qué se trataba el ataque.

Un portal en el aire rompía el tejido del espacio-tiempo a pocos metros de la facultad de biología. De aquella puerta a otros mundos salían cosas que sólo podían ser descritas como amebas gigantes. Estas amebas gigantes iban cubiertas por lo que parecían trajes de fiesta caribeños, y con sus pseudópodos movían algo parecido a maracas. Todo esto podría parecer de lo más inofensivo si no fuera porque cada vez que realizaban un baile, de las maracas salían disparados unos rayos de energía que volatilizaban todo lo que tocaban. Algunos miembros de la Fundación Wilmarth estaban enfrentándose a pedradas con las amebas, pero esto no era suficiente. Detrás del monumento a Herbert West, Seabury pudo ver lo que cualquier persona podría pensar que era un individuo delgado y de una altura excesiva, que podría parecer un jugador de baloncesto necesitado de comida si no fuera por su cantidad inusual de brazos y su cabeza sin rostro concreto. Para Seabury estaba claro quien era, se trataba de El que Legisla tras el Umbral, el primigenio legal de La Llave y La Puerta. Esquivando las explosiones y los rayos de las maracas de las amebas, Seabury corrió hasta allí.

-¡¿Qué es esto?! -le preguntó Seabury al primigenio legal, que atacaba con sus fusiles de asalto a las amebas.

-¡La crisis ha llegado a la universidad! ¡Parece que el enemigo se ha dado cuenta de que la destrucción estaba pasando de largo del campus universitario, así que ha decidido abrir un portal a la dimensión de los unicelulares salseros, un lugar donde criaturas unicelulares microscópicas utilizan bailes caribeños para atacar a sus enemigos!

-¡¿Y si son criaturas unicelulares microscópicas por qué miden dos metros y medio?! -exclamó Seabury.

-¡Está claro que al cruzar el umbral crecen un poco... un poco bastante!

-¡Pues hay que detenerlos! -dijo el becario entre aspavientos.

-¡¿Y este pardillo quién es?! -preguntó El que Legisla.

-Un becario de la universidad muy interesado en la defensa del campus...

En ese momento, el becario se dio cuenta de que estaba hablando con un individuo más alto que un ser humano y con más brazos de los que cuenta una persona normal.

-Tú... tú no eres humano -dijo.

-Enhorabuena por ser tan observador -le contestó El que Legisla.

El becario quedó claramente extrañado al ver que una criatura seguramente alienígena estaba ayudando en la defensa de la universidad, pero al menos no le lanzó ninguna piedra estrella.

Las amebas salseras estaban llenando la zona y no parecían sufrir mucho con los disparos de El que Legisla. Las piedras estrella que les lanzaban los de la Fundación Wilmarth, como era de esperar, tampoco les hacían nada. Al contrario de los ataques de los defensores, los rayos que disparaban con las maracas eran muy efectivos y lo estaban destruyendo todo.

-¡¡¡Eh, microbios sobredesarrollados!!! Si queréis destruir la universidad, tendréis que pasar por encima de mi -dijo alguien que salió de dentro de la facultad de biología. Era una mujer joven, de cabello rubio y una cinta guerrera en la frente, su bata de científica ondeaba al viento, que había salido de algún sitio para darle más dramatismo a la escena, y en ambas manos portaba algo que parecían armas futuristas. Era Daisy Springwood. Parece que después de abrir los ojos a la realidad de Arkham, no estaba dispuesta a que criaturas de otra dimensión lo destruyeran todo. La joven salió corriendo disparando con sus armas de rayos, que golpeaban a las amebas y, para sorpresa de todos, sí que les hacían daño. Las amebas se dieron cuenta de que eran vulnerables a estas nuevas armas, así que cambiaron de estrategia y empezaron a cubrirse además de disparar. Aunque habían caído unas cuantas, del portal seguían saliendo más y más. el ataque de Daisy había sido efectivo, pero no era suficiente.

-¡Daisy! ¡Aquí! -le llamó Seabury.

Daisy cruzó la distancia que les separaba esquivando disparos de las amebas. Una vez allí, al ver que los fusiles de El que Legisla no hacían daño a las amebas, le pasó uno de sus rifles futuristas.

-Esto son blásters desarrollados por el departamento de ingeniería pulp. Los he cogido en cuanto he visto que comenzaba este desastre. -explicó.

-Esto hace una diferencia, pero no es suficiente, seguimos siendo muy pocos-dijo El que Legisla.

Seabury sacó el teléfono móvil de su bolsillo y llamó a Harvey, que estaba organizando parte de la defensa de la ciudad desde la residencia La Llave y La Puerta. Se sentía como esos personajes de las películas de guerra  que hablaban por teléfono con sus superiores en las trincheras, entre las explosiones y los disparos del enemigo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, efectivamente, estaba en una guerra.

-¡Harvey!- exclamó para hacerse oír entre las explosiones-. ¡La universidad está siendo atacada y aquí somos muy pocos. Han abierto un portal del que no paran de salir amebas caribeñas. Todo hay que decirlo, tienen mejor gusto musical que los robots reaggetoneros, pero están destruyéndolo todo! ¡Necesitamos ayuda!

Entre las explosiones y los sonidos de batalla, Seabury escuchó cómo Harvey le decía que se encargaría de mandar ayuda. Utilizaría un hechizo que abriría portales desde la residencia y la universidad, para ahorrar tiempo.

-¡Tranquilos! ¡Viene ayuda! -exclamó Seabury tras guardar el móvil.

Un disparo directo hizo explotar el monumento a Herbert West, haciendo que la cobertura del grupo se redujera bastante. El que Legisla salió entre la nube de polvo y disparó certeramente largas ráfagas que hicieron caer un numeroso grupo de amebas. El resto de seres unicelulares, sabiendo que la defensa venía sobre todo de aquella zona, se estaban dirigiendo allí para acabar con esos molestos incordios. Los miembros de la Fundación Wilmarth, conscientes de que los destrozarían comenzaron a lanzar piedras estrella cargadas con explosivos. Aquella era una situación especial, y la prohibición podía esperar hasta el final de la crisis.

El ataque de los miembros de la fundación hizo su trabajo y llamó la atención de muchas de las amebas, que dejaron de atacar la zona del destrozado monumento y se dirigieron hacia ellos. Aunque siempre habían sido un desastre a la hora de luchar contra lo que ellos llamaban las CCC, sabían bastante de tácticas de combate, por lo que aquello comenzó a ser una verdadera batalla.

Ese fue el momento indicado para que un portal se abriera cerca del que ya existía, pero este no llevaba a una dimensión extraña, sino a un edificio en concreto de la ciudad, y de allí salió un ser arácnido armado con sus inconfundibles fregonas de combate, una criatura amorfa con rasgos lejanamente parecidos a los de un sapo y una tortuga con un pequeño mundo en forma de disco sobre su concha, armada a su vez con dos cañones.

-¡Parecéis muy valientes atacando una universidad llena de estudiantes y científicos que no saben cómo defenderse! -exclamó Araknek.

De la boca de la criatura amorfa surgió algo que parecían palabras en un idioma extraterreno y formó pseudópodos punzantes y afilados.

-¡Araknek! ¡Unglaublich! ¡Pequeña T'Auin! -dijo Seabury con una sonrisa en el rostro.

Los recién llegados se lanzaron al combate. La araña, con una agilidad superlativa, iba destrozando amebas con sus fregonas de combate. Unglaublich se había convertido en una picadora de amebas, a las que hacía pedazos y después se comía para hacerse más grande. Pequeña T'Auin, con la paciencia que sólo una tortuga puede mostrar, comenzó a lanzar cañonazos sobre el portal, para que las amebas que cruzaban fueran debidamente recibidas. La defensa de la universidad Miskatonic ya comenzaba a ser algo serio.

El portal que llevaba hacia la residencia estudiantil seguía abierto, y de él salieron cuatro individuos que portaban un trono enjoyado y glamuroso. Seabury se le quedó mirando y torció el gesto.

-¿En serio! ¿El Gran y Poderoso E? ¡Pero si sólo es un sillón! ¡¿Que va ha hacer en medio de una batalla como esta?! ¡¿Servir de asiento?!

-Ay de los incrédulos, porque ellos verán la luz -dijo uno de los adoradores de El Gran y Poderoso E.

Para sorpresa de Seabury, el trono comenzó a brillar con una luz muy luminosa, tanto que hacía daño a los ojos. Un potente estallido hizo que del trono saliera una bola de luz que flotó sobre el campo de batalla. Dentro de ella se podía adivinar algo, una especie de silueta que no era enteramente humana. La silueta realizó un movimiento y una multitudd de rayos cayeron haciendo volar a decenas de amebas caribeñas.

-Espera... ¡¿Que de verdad hay un Dios en el dichoso sillón?! -exclamó Seabury.

-A mi también me ha pillado por sorpresa -dijo El que Legisla.

El campo de batalla estaba lleno de cuerpos de amebas que habían sido destruidas por los rayos lanzados por El Gran y Poderoso E, pero del portal seguían saliendo multitudes de esas criaturas unicelulares con sus maracas y sus bailes caribeños. Entre todo el montón de seres, Seabury pudo ver uno que era distinto. Este no iba vestido como las demás amebas, sino que llevaba un uniforme militar con galones que le señalaban como algún tipo de oficial del ejército de las amebas. Con su llegada, el combate se detuvo unos instantes, con sus compañeros dejándole avanzar hasta una distancia relativa de sus enemigos, que se encontraban todos enfrente.

-Moradores de este mundo, no tenéis nada que hacer contra nosotros. Somos imparables y nuestro número es infinito. La victoria para nuestro gran señor Nyarlathotep está asegurada, así que rendíos antes de ser aplastados. -Estas palabras surgieron entre borboteos y sonidos líquidos de la ameba vestida de oficial militar dejando bastante sorprendidos a los defensores de la universidad.

El becario de la Fundación Wilmarth se levantó entre los restos del monumento a Herbert West y señaló a la ameba líder.

-Si esperáis que dejamos que destruyáis la Universidad Miskatonic en nombre de un DCC, no sabes contra quién te enfrentas -le espetó el becario.

-No tenéis ninguna oportunidad. Somos miles y vosotros estáis solos.

Tras decir esto, la ameba líder realizó un baile y de sus maracas salió un rayo que alcanzó al becario, tirándole al suelo. Seabury se giró hacia el caído, estupefacto ante aquel acto de maldad por parte de la ameba líder. El becario estaba tirado en el suelo y no paraba de retorcerse.

-¡Aaah! ¡Duele! -decía. El disparo le había rozado el hombro y le había destrozado la ropa, pero no se trataba de nada más que una herida superficial-. Véngueme, doctor Pickman, coja mi piedra de estrella y luche por la Miskatonic.

El becario alargó el brazo ofreciendo su arma al sorprendido Seabury.

Justo en ese momento, una voz sonó tras el pequeño grupo.

-No están solos.

Quien había hablado era una mujer de cabello oscuro y una voz de tenor. Cualquiera que la mirara y conociera a Evangeline Parker, vería un parecido más que relativo, y es que la recién llegada no era otra que Buhonera, la welclon. A su alrededor comenzaron a abrirse portales, en total 20. A través de ellos cruzaron el resto de welclones, armadas con sus características especiales y cañones de plasma.

-Welcome, strangers -dijo Buhonera con una sonrisa.

Seabury miró a las recién llegadas. Miró al otro lado, a la multitud de amebas y a su cruel líder. Miró al becario ofreciéndole la piedra estrellada. Seabury cogió la piedra estrelladad y la apretó en su puño. Miró fijjamente a los enemigos y dijo con una potente voz:

-¡Defensores de la Miskatonic... REUNÍOS!

Con este grito de guerra, Seabury, El que Legisla y Daisy Springwood salieron corriendo en dirección al enemigo. Tras ellos no tardaron en lanzarse Araknek, Pequeña T'auin y Unglaublich, con el cuerpo brillante de El Gran y Poderoso E iluminando sobre ellos. Los miembros de la Fundación Wilmarth se lanzaron con sus piedras explosivas. Y finalmente, con toda su capacidad destructiva, las welclones, poderosas e imparables, corrieron y volaron trayendo la destrucción con ellas.

La batalla final por la Universidad Miskatonic había comenzado.

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