Se aproximaba la fecha
del Día de Acción de Gracias y Summanus comenzaba a subirse por las
paredes hasta el punto en que la productividad entre los
recepcionistas y personal de limpieza de la residencia alcanzaba
valores de record histórico. Como administrador y supervisor de
todos esos pequeños trabajos que hacían que La Llave y la Puerta
siguiera en marcha como un reloj (pese a los frustrados intentos de
los estudiantes en sabotearle con sus fiestas, novatadas y demás
follones que organizaban), su importancia en la estructura
organizativa se hallaba justo por debajo de los Pickman, aunque no
dejaba que eso se le subiera a la cabeza. Habitualmente era un líder
justo, que buscaba el orden en el trabajo y el bienestar de los
empleados, aunque en ocasiones, su flema y calma habituales, su
paciencia jurásica, se quebraban, habitualmente por culpa de alguna
“extralimitación” de origen estudiantil. En esos momentos se
convertía en el terror de los becarios, en el hombre del saco con el
que los trabajadores asustaban a los novatos en sus primeras semanas
de trabajo. Pero no era normal que esta crispación se acentuara
tanto por el Día de Acción de Gracias, fecha en la que muchos
estudiantes volvían a sus hogares y la residencia se convertía en
un entorno casi monástico por su tranquilidad. Sin embargo, algo
había cambiado ese año y Summanus lo sentía...
Todo había empezado unos
días antes, cuando, mientras daba un paseo nocturno por los terrenos
de la Universidad, una costumbre que tenía, un grueso y cebado pavo
surgió tras un arbusto, le miró fijamente y, de improviso, salió
corriendo hasta desaparecer tras la esquina de un edificio. Desde el
lugar del cual había surgido el ave se deslizó una culebra rayada,
serpiente por completo inofensiva, pero que portaba en la cabeza una
mancha en forma de media luna blanca. Summanus torció el gesto al
comprender lo que significaba. Era un ofidio sagrado de Yig. El Padre
de las Serpientes le estaba enviando un aviso, y la presencia del
pago, así como la proximidad de la festividad en la que esta ave era
consumida con fruición, le indicaban que algo gordo iba a formarse y
que él tendría que meterse en el asunto. Desde ese día, había
comenzado a ponerse de los nervios.
Aunque aun faltaba para
la celebración, el mayordomo de la residencia estaba comenzando a
prepararse, viendo como algo inminente lo que fuera a pasar. Por
ello, había bajado a los sotanos, donde tenía un pequeño trastero
en donde guardaba sus cosas, así como la parafernalia del culto a
Yig, dios del que era sacerdote. Sabía que el lugar era seguro,
pues, además de las protecciones meramente físicas (la gruesa
puerta cerrada con llave, los sistemas de alarma que había por toda
la residencia y el hecho de que los estudiantes rara vez bajaban al
sótano y los empleados sólo lo hacían cuando era necesario),
contaba con algunas protecciones místicas de cosecha propia, así
como un pacto de no agresión entre las arañas del sótano y las
serpientes que ocasionalmente se dejaban caer por allí, ya que ambos
colectivos actuaban como centinelas tanto para Summanus como para
Araknek. A causa de todo esto, no sintió preocupación alguna
cuando se abrió la puerta mientras él rebuscaba en una caja llena
de amuletos, libros y otros objetos de naturaleza mística, de los
que tenía una buena colección, la mayoría de ellos mera
decoración. El intruso se acercó a él despacio hasta que, de
improviso, Summanus pudo notar unos brazos que rodeaban su cuerpo,
unos pechos generosos que se aplastaban contra su espalda y una voz
melosa que le susurraba al oído:
-Welcome stranger, ¿te
alegras de verme o es que tienes un plátano en el bolsillo?
Con un breve suspiro,
Summanus se desprendió del abrazo y sacó un platano del bolsillo
del pantalón.
-Hola Welcome, como
puedes ver es mi almuerzo.
Se dio la vuelta para
saludar a la recién llegada, Evangeline Parker, más conocida por
Welcome, debido a su habitual manera de saludar. La chica era de
estatura media, por lo que, Summanus, que era más bien bajito, la
igualaba en altura, rubia, con el cabello corto, ojos azules, guapa
y con un cuerpo bonito y bien dotado, vestida con un pantalón
vaquero y una sudadera de la universidad. Parecía la típica WASP
triunfadora que había sido líder de animadoras en el instituto y
reina del baile, y que estaba destinada a convertirse en una Barbie
universitaria y casarse con un Ken de Harvard para seguir la
tradición familiar de hacer una buena boda de alta sociedad. Por eso
Summanus se sorprendía de que fuera siempre tan amistosa y cariñosa
con él, que para los cánones humanos era más bien feo. Medía en
torno a 1,65 de altura, delgado y algo desgarbado, con ojos enormes y
una piel escamosa que oscilaba entre el cobrizo y el pardo y que él
aseguraba era por culpa de la ictiosis. Habitualmente su atuendo
consistía en ropas amplias y severas para no atraer la atención
sobre sí mismo, así como gafas de sol, bufandas, barbas postizas y
demás elementos que le cubrieran la cabeza y el rostro. Los rumores
decían que, además de la ictiosis era bastante feo, lampiño y
calvo (cosa que era cierto), que era un fenómeno de feria al que el
Viejo Patriarca Pickman había contratado por lástima, pero que
hacía bien su trabajo. La verdad era bien distinta y sólo los
Pickman y unos pocos más, entre los que se encontraba Welcome
(aunque esta lo averiguó a base de insistir y espiarle), la
conocían. Summanus era en realidad un Grith, miembro de una raza
antropomórfica descendiente de los pequeños dinosaurios terópodos
de finales del Cretácico, un dinosauroide. Su especie se había
desarrollado mucho antes de que el hombre apareciera en la Tierra, y
tomaron otros caminos diferentes al seguido por la humanidad, entre
ellos, el culto a Yig, el Padre de las Serpientes. Sólo el sabía
porque había decidido vivir con los Pickman.
-Bueno, imagino que no
has venido aquí simplemente para comerte mi plátano, ¿verdad? -la
interrogó Summanus con sorna.
-No, he venido a verte
porque estos últimos días estas muy raro, o, por lo menos, más que
de costumbre. ¿Qué sucede?
El dinosauroide reculó
un paso y miró con inquietante atención a la chica. Ella
normalmente habría hecho algún comentario subido de tono con doble
sentido, ya que, además de guapa y muy inteligente, tenía la líbido
de un adolescente en una maratón de cine porno, además de ser
abiertamente bisexual. Eso y el que se fuera a estudiar a una
universidad “de provincias” para estudiar psicología fueron la
razón por la que sus padres, una acaudalada estirpe de la clase alta
bostoniana, prácticamente la habían desheredado como oveja negra de
la familia. De hecho, en la universidad, además de por su particular
saludo, Welcome era conocida por sus numerosos escarceos sexuales con
estudiantes de ambos sexos. Pero Summanus siempre se le resistía.
“Cuestión de especies” decía él. Pero eso no había impedido
que la chica entablara una entrañable amistad con el parco y
reptiliano mayordomo.
-Algo se está cociendo.
Yig me mandó un aviso de que algo relacionado con el Día de Acción
de Gracias se está preparando, y últimamente Vinnie West ha pasado
más tiempo de lo habitual en el laboratorio que tiene montado en su
habitación. Además, se han realizado últimamente un mayor pedido
de pavos de lo habitual para las celebraciones que se realizan en la
universidad. Así que creo que será mejor que nos vayamos preparando
para lo peor.
Welcome le miró
sorprendida y no tardó en sonreir. En su cabeza habían comenzado a
formarse planes sobre lo que podría pasar y, puesto que iba a pasar
las fiestas en la residencia (ni hablar de ir a ver a los estirados
de sus padres), prefería hacer algo divertido y con mucha acción.
Cogió el platano que Summanus aun tenía en la mano, lo peló y
comenzó a introducirlo en su boca con un ademán lascivo para, de
improviso darle un soberbio mordisco. Tras masticar y tragar,
exclamó:
-¡Let's Rock!
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