sábado, 3 de febrero de 2018

La herencia maldita de los Peabody

En días tan fríos como aquel, con poco que hacer  y ningunas ganas de salir a la calle, Anna Pickman decidía darse el equivalente de un viaje por la red en el plano astral. En el plano astral, además de no hacer frío, podía ir de aquí para allá y comentar algo con otros viajeros o con entidades habitantes de este plano. Había unos seres incorpóreos que sabían la receta de unas costillas de cerdo con salsa muy buena. Y lo mejor es que, en comparación con la navegación por internet, el plano astral no estaba lleno de anuncios molestos ni de spam. Como mucho, tenía que evitar a los comerciales de empresas de seguros, que habían visto una posibilidad de mercado en el plano astral.

Pero el tranquilo viaje astral de Anna fue interrumpido en el plano físico. Alguien estaba tocando a la puerta, y por mucho que prefiriera estar volando entre seres inmateriales, debía abrir a quien llamaba. Su esencia volvió a entrar en su cuerpo y volvió a sentirse en el plano físico. Se levantó de la alfombra donde había dejado su cuerpo y fue a ver quien le estaba interrumpiendo. Se trataba de uno de los camareros de la residencia estudiantil.

-Señorita Pickman, hay un señor buscándola en recepción -dijo el joven. Por sus pintas debía ser de los nuevos, y creería que ella le cortaría la cabeza por interrumpirle en lo que fuera que hacía. Era una leyenda que se contaba entre los novatos, que ella misma había difundido para evitar molestias inoportunas.

Anna bajó a recepción y allí se encontró con un individuo vestido con una gabardina, bufanda, guantes gruesos y gorro. Todo esto le hizo pensar que, fuera quien fuese, no era de Nueva Inglaterra. Esa cara de témpano no podía tenerla alguien acostumbrado al invierno de Massachusetts.

-¿Es usted Anna Pickman? -preguntó el individuo mientras se quitaba los guantes para estrecharle la mano.

-Esa soy yo ¿cual es el problema?

-Verá... soy Richard Peabody. Vengo desde Florida porque he heredado unas propiedades en esta ciudad. Mi tío abuelo Elijah Peabody tenía pocos familiares, así que me ha legado a mi la mansión ancestral de la familia.

Anna se le quedó mirando unos instantes. El hombre se había quedado callado como si, con aquella escueta explicación, le hubiera quedado todo claro.

-Bien... yo no soy una agente inmobiliaria ¿para qué me ha hecho llamar? -preguntó.

-Pueees... me han llegado rumores... cosas extrañas sobre esta ciudad. Alguien me dijo que usted se encarga de problemas sobrenaturales...

-Paranormales -le interrumpió ella -. Para lo sobrenatural tendría que hablar con Harvey, que es detective de lo extraño, o con los dioses.

-¿Los dioses? -dijo Peabody perplejo.

-Sí, aquí hay de vez en cuando unos cuantos, y en la universidad trabaja una antigua deidad del trueno.

La cara de incredulidad, sorpresa, o lo que fuera que tenía Peabody le dejó a Anna bien claro que era nuevo, pero nuevo nuevo en la ciudad. Suerte que no se lo había tragado ningún ángulo no euclidiano. Quizás sería porque, de una  vez, el ayuntamiento estaba arreglando esos pequeños errores espaciotemporales que se tragaban a visitantes, repartidores de pizzas y similares. Estaba bien que se  eliminaran esas cosas de la ciudad. Le daban mala publicidad.

-Bueno... usted trabaja en asuntos paranormales, por lo que tengo entendido ¿es cierto?

Sí. A veces trabajo con cosas sobrenaturales, pero lo mío es lo paranormal y lo oculto.

-Pero si antes ha dicho...

-Vaya al grano -le interrumpió Anna.

-Bueno, pues eso... que usted es experta en lo paranormal y el ocultismo y todo eso. Alguien me dijo que en la casa podía venir como regalo algún asunto sobre... paranormal, que es algo habitual en esta ciudad, y que usted se encargaba de arreglar esos problemas. No se preocupe, pienso pagarle por sus servicios. Soy un diletante con una modesta fortuna que me permite vivir de forma acomodada.

¿Por qué aquél tipo hablaba como un estereotipo? Anna no lo sabía, pero sí que era verdad que su herencia podía venir con sorpresa si hablábamos de una mansión en Arkham.

-Bien, dígame donde está su mansión e iré a echarle un vistazo Si ve algo raro por la ciudad, no le haga caso.

Richard Peabody le dio la dirección a Anna y, juntos, se dirigieron caminando a la mansión. Se encontraba en las afueras de la ciudad, cerca de una arboleda. Cuando llegaron allí, Anna se encontró con una construcción de época victoriana, o quizás anterior, llena de ventanas y tejados puntiagudos. Un edificio como ese debería estar en el centro de la ciudad, no en las afueras, y eso le extrañó mucho. En el siglo XIX ni siquiera existía esa zona de la ciudad. Aquello era matorral y campo antes del crecimiento de Arkham a lo largo del sigo XX. Una mansión victoriana en medio del campo era, como mínimo, sospechoso.

Peabody abrió la puerta con la pesada llave y Anna entró sin pedirle permiso ni nada. Prefería explorar la atmósfera de la mansión antes de que entrara su nuevo dueño.

-Espere un momento, sr. Peabody.

Anna utilizó sus dotes de medium para sentir el ambiente de la mansión. En pocas palabras, aquella casa apestaba a paranormal. Fuera que lo fuese, algo había en aquella mansión esperando a su nuevo dueño. Anna pasó al salón y fue mirando la inmensa librería que había en la pared frente a la entrada. Pasó sus ojos sobre los vetustos lomos y se quedó perpleja al leer ciertos títulos ¿Un ejemplar del Nameless Cults, otro del Liber Ivonis, otro de los Manuscritos Pnakóticos y, lo que era más extraño, un Necronomicon en la versión de John Dee? Se supone que quedaban muy pocos ejemplares de esos libros, y la mayoría estaban guardados bajo llave en lugares con una protección propia de Fort Knox ¿qué hacían aquellos libros en las estanterías de un don nadie en mitad del campo y sin que nadie se hubiera enterado? Ella sabía perfectamente que los cazadores de libros raros y los sectarios más fanáticos harían lo posible por hacerse con un ejemplar de esos libros.

En ese momento, Anna sintió una fuerte emanación surgiendo tras una robusta puerta. Fue allí y la atravesó, viendo un despacho o una sala de estudio. En el escritorio vio un cuaderno en cuya portada podía leerse "Diario de Elijah Peabody". Anna ojeó el escrito y su perplejidad creció más. El tal Elijah estaba contando sus estudios sobre lo oculto y, sin venir a cuento, había soltado un párrafo entero con nombres de deidades de las que los de la Fundación Wilmarth habrían llamado DCC. Si no fuera suficiente con esto, el párrafo seguía con nombres de razas alienígenas que solían servir a estas deidades, o que se habían cruzado con ellos en algún momento de la historia. Y para terminar de dejar a Anna estupefecta, el tal Elijah se había puesto a hablar de una guerra entre Dioses Primordiales y Bondadosos Dioses Arquetípicos. ¿Es que ese diario lo había escrito Brian Danforth o qué?

Este último pensamiento hizo saltar un resorte en el cerebro de Anna, que salió del estudio y volvió al salón. Se acercó a la biblioteca y cogió el ejemplar de Liber Ivonis, lo abrió por una página al azar y se encontró con párrafos y párrafos en los que aparecía una sola frase "Stultus Qui Leguit". Anna pasó varias páginas y la frase se repetía en todas ellas. Dejó el Liber Ivonis encima de una mesa y sacó de la estantería el Nameless Cults y repitió la misma operación. Todas las páginas, en un inglés anticuado rezaban "Tonto El Que Lo Lea". No le hizo falta mirara los otros volúmenes para saber lo que leería en ellos.

-Señor Peabody ¿puede venir aquí? -dijo Anna.

Richard Peabody cerró la puerta tras él y fue hasta donde estaba Anna.

-En este lugar hay algo paranormal. Pero no es lo que parece. Verá, hace años descubrí una dimensión en la que habitaban unos seres que disfrutaban creando ilusiones y se lo pasaban de fábula visitando nuestro mundo. Los llamamos Los Ilusionistas, una panda de graciosillos que alteran las percepciones de la gente para divertirse a su costa. Cuando me harté de ellos les dejé bien claro que no los quería volver a ver por aquí. Entendieron el mensaje... creo que a alguno de ellos aún le dolerá en alguna parte de su cuerpo. Pero parece que un Ilusionista no captó la idea y ha venido aquí ha hacer el tonto. En pocas palabras, nos ha metido en un relato de Brian Danforth. Seguramente en algún lugar de esta mansión habrá algún horror tentacular esperándonos, pero no es una criatura real, se trata de otra de las jugarretas del Ilusionista. Al principio he sospechado que el ser sería usted, porque... esto... sin ofender, pero es usted un cliché andante de los relatos de Danforth, un heredero rico con mucho tiempo libre, pero no capto nada paranormal en usted. Puede que usted sea un cliché andante, pero no es el Ilusionista. Él está aquí, escondido en algún lugar, pero no tengo ganas de mirar todas las habitaciones, me sentaré aquí y entraré al plano astral, donde lo cogeré y lo traeré al nuestro. Siguiendo la lógica de su ilusión, tomará la forma de algo que aparecería en un relato Brian Danforth, así que no se asuste cuando vea algo con muchos tentáculos.

-Pero... ¿quién es Brian Danforth? -preguntó Peabody desconcertado.

-Un dolor de cabeza para unos cuantos, pero que ya no hace daño a nadie. Ahora espere aquí.

Anna  se sentó con las piernas cruzadas en mitad del salón y cerró los ojos. Tras unos instantes de meditación, su forma astral salió de su cuerpo y entró en el mundo de colores invisibles del plano incorpóreo. Se quitó de encima a varios comerciales de seguros que ya se dirigían a intentar venderle algo y fue en busca del Ilusionista. No le sorprendió nada el lugar donde estaba el ser. Se encontraba encerrado en la buhardilla. Los Ilusionistas, en su estado natural, no tienen una forma concreta, lo que Anna tenía delante era un sinsentido en constante movimiento que tomaba todas las formas posibles y ninguna a la vez. El ser, al ver a Anna en el plano astral intentó escaparse, pero ella fue más rápido y le cayó encima como una leona cazando en la sabana.

los ojos del cuerpo físico de Anna se abrieron en el plano físico y escuchó un desgarrador grito, tras lo que vio a Richard Peabody desmayarse -pero qué tipo más cliché-. Anna se giró y vio lo que había hecho que el pobre hombre se desmayara. Se trataba de un profundo de dos metros de altura, pero sus manos terminaban en un centenar de dedos tentaculares, al igual que sus pies. Tenía la cara parecida a la de una rana que le mirada con odio.

-Muy bien, amigo -dijo Anna -. Les dejé bien claro a los de tu dimensión que no os quería aquí, así que ya me estás diciendo a qué has venido antes de que te dé la paliza del siglo.

El horror tragó saliva sonoramente.

-Me dijeron que no había huevos a venir a esta dimensión...

-Así que eres la pobre víctima de una demostración de lo macho que eres. Bien, muy bien. Ya puedes decirle a tus amigos que sí que has tenido huevos... lo que no sé es si los conservarás cuando vuelvas a casa...

Anna fue acercándose haciendo crujir los dedos, y el horror intentó retroceder, pero tenía las mismas oportunidades de huir que había tenido en el plano astral.

Richard Peabody abrió los ojos, aún atontado y se encontró en lo que, hace un rato, era una mansión victoriana. En el rato en que había estado inconsciente se había convertido en una granja de las de toda la vida. Anna Pickman estaba delante de él, con una sonrisa y con salpicaduras de algo que prefería no saber manchando su ropa.

-Señor Peabody, me alegra decir que he expulsado a la presencia que habitaba en sus tierras. Ni él ni ninguno de sus conocidos volverá a molestarle. Como ve, al marcharse, su ilusión ha desaparecido. Disfrute de su vida como granjero, y si no le gusta, pues véndala.

Richard Peabody le dio las gracias a Anna de todas las formas posibles y, como había prometido, le pagó una suculenta suma de dinero. Anna lo aceptó sin rechistar y se marchó de la propiedad de Peabody mientras pensaba que le apetecía una hamburguesa del Eldritch Burguer. El combate contra el Ilusionista había sido pan comido, pero el rato que estuvo dentro de un relato de Brian Danforth era una de las cosas más horribles que había vivido... por lo absurdo, claro. A estas alturas, ninguna tontería de ese estilo sería capaz de asustarla.

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