martes, 2 de diciembre de 2014

Abogados

El día estaba siendo un horror para Harvey Pickman: Nada más levantarse se había tropezado y se había torcido el tobillo, el desayuno se le había quemado, el café sabía a rayos y, para colmo de males, tenía una reunión a primera hora de la mañana con el Bibliotecario jefe de la universidad, el rector, un representante de los alumnos y un enviado de la Fundación Wilmarth. El motivo de la misma era revisar y reelaborar las medidas de seguridad y los protocolos de actuación en caso de actividad de naturaleza tentacular y extradimensional, principalmente por parte de los estudiantes. El resultado: un absoluto caos y un desastre. Por mucho control que hubiera en la biblioteca de la universidad a la hora de acceder a los documentos de la colección especial y por mucho que insistiera la Fundación en mantener bajo siete llaves sus archivos y registros más peligrosos había dos factores que no podían someter a un estricto control: las ganas de juerga y de follón de los estudiantes e internet. Como sucedía con tantos otros temas, la red global se había convertido en una fuente de acceso a textos, volúmenes y recetas relacionados con los Mitos de Cthulhu. Por suerte, el material más accesible era basura ocultista sin ningún valor real ni peligro alguno, además de tonterías conspiranoicas de magufos e individuos demasiado crédulos que no reconocerían una amenaza de los Mitos ni aunque le mordiera el culo. Lamentablemente, entre toda la morralla, podían encontrarse textos realmente peligrosos, particularmente en la deep web. Aunque estos contenidos eran muy difíciles de encontrar y las traducciones solían ser más bien chapuceras, no era habitual que supusieran un peligro real e inmediato. Lo habitual es que acabaran produciéndose incidentes como el del Devorador de Galletas de Halloween o el ataque de los pavos zombis en Acción de Gracias, incidentes menores fácilmente contenibles, pero ahí estaban. Aunque la Fundación Wilmarth hacía todo lo posible para tratar de limitar el acceso al material peligroso, lanzando ciber ataques y tomando medidas legales, al final tan sólo podían tratar de limita los daños y estar preparados para la siguiente ocasión. Por ello, la reunión acabó sin lograr llegar a tomar medidas más allá de lo que se estaba haciendo y con Harvey enfadado por la pérdida de tiempo que había supuesto, además de tener que tratar con las geniales ideas del representante de la Fundación.

El investigador paranormal esperaba que el día no fuera a más, que se calmaran las cosas y pudiera tener una tarde tranquila después de comer, pero cuando llegó a la residencia se encontró a uno de los recepcionistas que le indicaba con señas nerviosas a un pequeño grupo de seis individuos de aspecto adusto y uniformemente vestidos. Por suerte, Robert no se encontraba cerca, pues los habría tomado por Hombres de Negro enviados por el Nuevo Orden Mundial para algún ignoto propósito, pero Harvey supuso que en realidad eran abogados, y no se equivocaba. El sexteto legal se aproximó hacia él como un grupo de rígidos androides, presentándose y presentándole un documento con estas palabras:

-¿Señor Pickman? Somos del bufete Curwen, Orne & Whateley, venimos en representación de nuestro cliente, Yog-Sothoth, “La Llave y la Puerta”, “El Todo-En-Uno”, “El Oculto”, “El Abridor del Camino”, el supremo dios exterior conectado con todo tiempo y espacio, que aguarda más allá de las esferas a que las puertas sean abiertas. El nombre de su residencia universitaria vulnera los derechos de autor de uno de los nombres reconocidos de nuestro cliente, por lo que le comunicamos que estamos dispuestos a emprender acciones legales si no se detiene esta violación del copyright o están dispuestos a llegar a un acuerdo por el que compensaran económicamente a nuestro representado por el uso indebido de esta marca asociada a la entidad conocida como Yog-Sothoth, en función a las disposiciones legales que aquí le presentamos.

Harvey se quedó mirando a los abogados con expresión entre sorprendida y furiosa. Era lo único que le faltaba para redondear el día, tener que meterse en semejante follón. Cogió el documento legal del que le hacían entrega y lo ojeó por encima: era el típico texto escrito en un denso, pesado e inexcrutable lenguaje jurídico que necesitaba un diccionario y una gramática sólo para comprender que te iban a quitar hasta la camisa por un tecnicismo legal. Viendo que aquello escapaba a sus conocimientos y competencias se le ocurrió la mejor forma de solucionarlo.

-Bien, acompañénme que tenemos que tratar este asunto con el abogado de la familia. Y no me refiero a nuestro abogado de siempre, vamos a ver a uno que tenemos en particular para este tipo de asuntos extradimensionales.

Tras indicarles que le siguieran, se dio la vuelta y sonrió lobunamente mientras se encaminaba por los pasillos de la residencia hasta un pasillo en cuyo final había una única puerta doble de madera negra con extraños grabados que producían la sensación de que te habían sacado el cerebro de la cabeza, lo habían rebozado con LSD y lo habían vuelto a introducir, pero del revés. Al lado de la misma, una sencillísima y humilde plaquita dorada anunciaba:

El que Legisla tras el Umbral
Abogado cósmico
“Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”
Infierno, Canto III, sentencia 9

Harvey llamó a la puerta y obtuvo como respuesta un siniestro y alienígena aullido que helaba la sangre. A continuación, el siniestro portal se abrió y surgió una figura alta, muy delgada, de más de dos metros de altura, vestida con un elegante traje negro, camisa blanca y una corbata roja. El ser tenía cuatro largos brazos acabados en flexibles manos de finos dedos, la piel blanca como la leche y carecía de rostro alguno. La boca era una mera raja en el vacío de su faz, coronada por un único ojo trilobulado. El ser, completamente lampiño, parecía arrastrar tras de sí una capa de sombras que se extendió a su espalda como un manojo de tentáculos umbríos. Con un gesto de sus brazos izquierdos invitó a pasar a los ahora aterrorizados abogados, tras lo cual, entró en su despacho y cerró la puerta con parsimonia. El silencio en el pasillo se hizo total, y sólo el sonido de los pasos y la respiración de Harvey alejándose lo rompían. Cuando llegaba al final del corredor y giraba en una intersección, se alzaron seis horribles alaridos. El que Legista tras el Umbral no era compasivo, no era una cualidad habitual en los abogados.

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