miércoles, 29 de abril de 2015

El regreso del fantasma de Canterville


Un homenaje a "El fantasma de Canterville" de Oscar Wilde.

Todo empezó con la mancha de sangre en mitad del vestíbulo de “La Llave y la Puerta”. Si tenía que empezar en algún lugar, no podía ser otro para lograr el mayor efecto melodramático. Por supuesto, la mañana en que fue descubierta, se desató la tormenta perfecta: Harvey Pickman furioso, Anna Pickman iracunda y Araknek subiéndose por las paredes (literal y metafóricamente) mientras clamaba contra el autor de la bromita. Por supuesto, tuvo que intervenir la policía, aunque no tardó en descubrise que era sangre de vaca, probablemente comprada en cualquier carniceria y derramada por algún estudiante con un macabro sentido del humor. Pero habían abierto la caja de los truenos, y la furia de los Pickman y su arácnida empleada se canalizaría para hallar al culpable. Pronto se puso la residencia en pie de guerra, aplicando una estricta ley marcial y sometiendo a interrogatorio a los sospechosos habituales (es mejor tenerlos habituales que luego ir buscándo a quien investigar), pero sin obtener resultado alguno. Los poco habituales fueron sometidos al mismo tratamiento, con idéntico resultado. Los raramente habituales tampoco aportaron luz sobre el asunto, y los habitualmente inocentes tampoco sabían nada.

Tras poner patas arriba la residencia durante todo el día y acabar con algunos trabajadores al borde de un ataque de nervios, los Pickman se convencieron de que no había sido ninguno de sus “huespedes”, al menos directamente. Sin embargo, la cosa no se quedó sólo en la mancha de sangre. Mientras se sometía a interrogatorio a los estudiantes de la residencia, en la Miskatonic ocurrían más fenómenos extraños (más de lo habitual, está claro). Seabury Pickman estaba atareado revisando el material audiovisual para su próxima clase cuando escuchó fuera de su despacho el reudio de hierros viejos que se acercaban. Con un estremecimiento, le echó una rápida mirada al grueso tomo con las obras completas de William Hope Hodgson que tenía en una de sus estanterías, recordando las extrañas circunstancias en que acabó en sus manos. Temeroso de que sucediera algo parecido, al principio dudó, pero finalmente se armó de valor y se acercó a la puerta. Al abrirla, vió ante él un viejo terrible (más terrible que el Anciano Terrible que vivió en Kingsport): sus ojos parecían carbones encendidos, una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban manchadas y en jirones y de sus muñecas y tobillos colgaban unas viejas y oxidadas cadenas y grilletes. Seabury, sorprendido, cerró la puerta de golpe, tomó aire profundamente y trató de tranquilizarse. Rápidamente dió con la solución: avanzó hacia un armario de su despacho, lo abrió y sacó un espray lubricante. Con gesto decidido, se dirigió de nuevo hacia la puerta, al otro lado de la cual seguía esperando la aparición, y, con voz segura, le dijo:

-Distinguido señor, permítame recomendarle este excelente producto lubricante para que engrase sus cadenas. Es una fórmula diseñada por unos estudiantes de esta institutución y le aseguro que es completamente eficaz contra el óxido y la herrumbre acumulados con el tiempo. Y ahora, con su permiso, tengo que volver al trabajo. Si desea hablar conmigo, le invito a que pida una cita en la secretaría de la facultad.

El fantasma, sorprendido, cogió el bote de lubricante mientras el flemático profesor se despedía y cerraba de nuevo la puerta para volver al trabajo. El fantasma, inmóvil de indignación, no sabía como reaccionar, hasta que, con un alarido de ira huyó por el corredor (eso sí, llevándose el lubricante). Durante el resto del día, apariciones similares se dejaron ver por toda la universidad y la residencia: un esqueleto leyendo un diario íntimo mientras bailaba la “Skeleton Dance” (aquí el fantasma se hizo un pequeño lío), una mano verde tamborileando en los cristales (y perseguida tenamente por Araknek, que no le gustaba que le llenaran de huellas de dedarros las ventanas), una armadura completa (que luego se supo que pertenecía al atrezzo del grupo de teatro de la universidad) ocupada por un espectro, una niebla fosforescente de la que emanaban carcajadas satánicas, un gran perro negro de aspecto demoníaco, etc.

Como se trataba de un ente fantasmal, Anna Pickman se lo tomó como un desafío personal. Comenzo interrogando a todos los testigos de las apariciones y anotandolo todo con pelos y señales. Tal abundancia de manifestaciones espectrales no podía ser casual, tenía que haber una pauta, un esquema que se escapaba a su entendimiento. Por ello, decidió dar un paso más allá, y, fruto de un momento de inspiración, decidió investigar las actividades recientes realizadas según el programa de la Universidad. Con la ayuda del resto de los Pickman y la colaboración interesada de Brontes (el cíclope quería darle una lección al fantasma que, ataviado con un sombrero de ala levantada por un lado y caída del otro, con una pluma roja, y un sudario deshilachado por las mangas y el cuello y armado con un puñal mohoso, le dió un susto al presentarse por sorpresa a sus espaldas mientras estaba concentrado en el estudio de un diseño propio), juntos no tardaron en vencer la resistencia del cuerpo administrativo y su ingobernable legión de secretarias y secretarios, siempre dispuestos a usar la burocracia como arma de asedio contra el invasor que pretenda adentrarse en su mundo. Tras analizar toda la información recopilada, dieron con lo que parecía ser la clave del asunto: Todas y cada una de las manifestaciones observadas, partiendo de la mancha de sangre, correspondían a las caracterizaciones y manifestaciones de Sir Simon de Canterville, a quien Oscar Wilde diera vida en su historia corta “El fantasma de Canterville”. Esta había formado parte del temario de un seminario que se había realizado sobre la obra del escritor, poeta y dramaturgo irlandés, por lo que la investigación tenía que tomar un nuevo rumbo. Con la lista de asistentes al seminario, Anna realizaría una nueva tanda de entrevistas, pero esta vez ya sabia que tenía que preguntar.

Mientras tanto, el fantasma había sido visto de nuevo: un esqueleto blanqueado por el tiempo daba vueltas a cuatro patas alrededor del monumento en memoria de Sir Terry Pratchett, moviendo los ojos en sus órbitas, para asombro de Pequeña T'auin. La tortuga del mundo contemplaba asombrada este espectáculo y parecía más divertida que asustada, para desgracia de la aparición.

Con los nuevos datos obtenidos, la investigación se condujo directa y rápida, sometiendo a interrogatorio a los sospechosos hasta que lograron que la verdad saliera a la luz. La culpa de todo la tenían unos estudiantes aficionados al espiritismo y todo lo relacionado con los fantasmas y sus manifestaciones. Casi parecían amigos de Robert Pickman, en opinión de Anna. Estos genios, que habían participado en el seminario sobre Wilde, decidieron probar suerte e invocar al fantasma de Canterville, sin darse cuenta de que este era una criatura de ficción. Lamentablemente había gente así: no diferenciaban (o no querían hacerlo) la realidad de la ficción con determinadas cosas. Parecían haber tenido éxito, pues salieron ahuyendo ante la primera manifestación de Sir Simon: un viejo espectral ataviado con un largo sudario salpicado de moho de cementerio, con la quijada ataada con una tira de tela y una linterna y un azadón de sepulturero. Tras este “éxito”, decidieron dejar correr el asunto y dedicarse a cosas más “materiales”, sin embargo, el fantasma seguía suelto y había que detenerlo. Para ello, Anna elaboró un plan que incluía el uso de un cebo: una joven que se disfrazara de Virginia Otis, la muchacha virginal que logra redimir al fantasma. Debido a las prisas para detener estas manifestaciones sobrenaturales, no había tiempo de organizar un casting en condiciones, por lo que acabaron embutiendo a Welcome en un vestido que parecía sacado de alguna ilustración gótico-romántica y que la hacía parecer más una vampiresa ninfómana que una virginal doncella americana.

-Al menos, si realmente es Sir Simon, no se resistirá a tus obvios “encantos”- expresó Anna haciendo referencia a los generosos pechos de la joven, que el vestido realzaba más que disimular.

Con una mueca de desencanto, Welcome se avino a hacer su papel, ya que, a fin de cuentas, no era mala actriz, esperando que la cosa no se demorara demasiado. Decidieron tender la trampa en la estatua en memoria de Sir Terry Pratchett, donde Welcome se apoyó lánguida en espera de la llegada del espectro. Cuando éste hizo su aparición, ataviado como un monje benedictino vampiro, Evangeline hizo una buena interpretación de la joven dulce y virginal que atrajo al fantasma. En el momento oportuno, la chica hizo una señal y una red tejida con la seda de Araknek fue lanzada sobre el espectro que se vió atrapado y sin posibilidad de escapar ante ese tejido de otro mundo. Llegado el momento, y una vez capturado, Anna, Welcome y Araknek se acercaron al ente para interrogarle y buscar la forma de exorcizarlo.

Con gesto decidido, y en la mejor tradición del show de Scooby-Doo, Anna arrancó la máscara que ocultaba los verdaderos rasgos del espectro. Aquel no era Sir Simon de Canterville, un personaje ficticio, sino... ¡¡el fantasma de Oscar Wilde!! Ante la sorpresa de la revelación, el propio autor irlandés explicó lo sucedido:

-Aquellos estudiantes pretendían invocar a mi creación, más, siendo esta ficticia, eso era imposible. En su lugar, lograron atraerme a mí. Y ya que me encontraba aquí, decidí seguirles el juego y caracterizarme como Sir Simon para divertirme un poco. Cuando vi a la dama caracterizada de esta manera, sentí curiosidad por la trama que habíais organizado y, por ello, he sido capturado. Bien, reconozco que ha sido divertido, pero ya es hora de marcharme. Tal vez vuelva de nuevo por este lugar, pues me ha resultado gratamente sorprendente.

Y con la elegancia de un caballero decimonónico y el ingenio de un hombre único en su género, se despidió de los presentes para, por su propio pie, una vez liberado de la red, alejarse y desaparecer tras una esquina.

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