Para Zeus, la Miskatonic
había sido como estar en el paraíso. Salvo el incidente que tuvo
con Welcome, no le habían faltado universitarias calientes con las
que tener sexo, y, cuando no encontraba ningún otro lugar mejor,
siempre podía colarse en el despacho de Brontes. Sin embargo, algo
raro había pasado. Estaba disfrutando de los encantos y destrezas
sexuales de su última amante mientras se dedicaba a ignorar al
cíclope cuando, de improviso, sintió un cambio, apareciendo en un
lugar completamente diferente. Se trataba de una habitación de muros
de ónice lujosamente decorada, pero había algo más que no era
igual. El cuerpo de la chica con la que estaba fornicando era
diferente, parecía haber cambiado de una forma que no sabía
decidir. Cuando miró hacia abajo se dio cuenta de que, ciertamente,
no era la misma estudiante con la que estaba en la Miskatonic. La La
mujer era de piel negro azulada y de cuerpo elástico y felino y
lujuriosa, abundante y larga cabellera plateada como la luna. Ella,
percatándose de que también sucedía algo raro, le miró.
N'Kari estaba disfrutando
del sexo sin complejos y muy entregada. El Dios Negro siempre sabía
como complacerla y ella no tenía problema en entregarse con
desenfreno y pasión a una actividad que le resultaba harto
placentera. Sin embargo, en mitad del polvo, había percibido una
alteración energética, un sutil cambio en la realidad que la había
teleportado a una lujosa habitación de muros de ónice. Pero no
parecía haberse desplazado sola, ya que sentía como seguía
fornicando con su pareja, aunque... había algo raro ahí. Sentía
algo diferente, su compañero no parecía el Dios Negro. Al girar la
cabeza para comprobarlo, se encontró con un hombre blanco de edad
madura, un culturista de larga cabellera y abundante barba rizada y
cana. Sin embargo, el hombre estaba cumpliendo con sus expectativas
en cuanto a la actividad sexual, por lo que ella no puso pega alguna.
Ya que estaba pasándolo bien, no iba a quejarse, ya preguntaría
después de acabar.
Raijin tenía un
monumental dolor de cabeza. Era ese tipo de dolor intenso producido
cuando t teleportas a lo alto de un minarete y te caes para acabar
estampado contra una balconada y luego te echan a patadas un grupo de
mujeres en ropa interior porque has irrumpido en su habitación de
improviso. Ciertamente no estaba en Japón. Para empezar los
edificios que veía eran de ónice, casas coronadas por cúpulas de
cebolla y minaretes, con muchas ventanas y muros adornados con
hermosos grabados. Además, la gente no tenía aspecto de los nativos
del país nipón y, desde luego, no reaccionaban muy favorablemente
ante la presencia de un oni de más de dos metros, musculoso y de
piel rojiza. Y para colmo de males, el aro con los tambores
tradicionales que llevaba siempre a su espalda se había doblado y
retorcido por la caída. De manera que no tuvo más remedio que
desprenderse del arnes con el que se lo sujetaba y venderlo como
chatarra al prime mercader que decidió que los beneficios eran más
importantes que salir huyendo de aquel aterrador coloso carmesí.
Finalmente, con mucho
tacto logró averiguar que habían aparecido otros extraños recién
llegados a la ciudad, y que parecían enfrascados en cierta actividad
que parecía requerir muchos guiñós y gestos con el brazo. Raijin,
algo aturdido, no acababa de comprender de que iba el asunto, pero se
olía algo. Tras lograr localizarlos, se encontró algo que le dejó
con la boca abierta: un culturista de barbita rizada y una
espectacular mujer de piel oscura como la noche estaban follando como
si no hubiera mañana. A Zeus no le costó mucho reconocerlo. Estaba
harto de ver como el griego pervertido alardeaba de sus conquistas
sexuales en ElderGodBook, pero la mujer no le resultaba
particularmente familiar. Cuando logró que le hicieran caso, una vez
habían acabado de follar, obviamente, se enteró de que ella era
N'kari, diosa del trueno africana. “Estos gaijin están locos”
pensaba Raijin mientras observaba como Zeus volvía a satisfacer las
ansias sexuales de la mujer, “y poco provecho voy a sacar de estos
dos si quiero averiguar que demonios pasa aquí”.
El oni se dió cuenta de
que los otros dos dioses del trueno no tenían ni idea de que hacían
allí, y que también habían percibido las alteraciones cósmicas
que habían perturbado a los dioses del trueno. Lamentablemente,
estaban lo bastante a gusto follando como para preocuparse de otras
cosas, al menos temporalmente, y como su aspecto era más “usual”
que el de Raijin, no habían tenido los problemas que éste a la hora
de ser aceptados por los habitantes de aquella ciudad que, como supo,
se llamaba Inquanok o Inganok, en las Tierras del Sueño. El nipón
sabía que, si quería averiguar que demonios estaba pasando allí,
lo tendría que hacer por su cuenta, y debido a su aspecto eso iba a
ser harto complicado, ya que la mayoría de los habitantes de la
ciudad huían despavoridos al verle o le vigilaban recelosos. Por lo
tanto, desarmado, perdido, y sin más apoyo por parte de sus
compañeros que algún polvo ocasional con N'kari cuando esta quería
descansar un poco de Zeus, se dió cuenta de que la única opción
que tenía era convertirse en aventurero. Para ello, hizo un resumen
de sus características, habilidades y posesiones una hoja y lo que
vio no le resultó particularmente alentador. Si, era un oni y dios
del trueno, pero estaba en tierra extraña, sin nada encima más que
lo puesto, un par de tambores que había podido salvar y sin ningún
arma a mano. Al menos tenía claro que su clase iba a ser la de
guerrero, aunque tuviera que empezar por el comienzo, es decir, con
escasos recursos económicos y peor equipamiento. Pero eso no le hizo
echarse atrás en su decisión. Poco a poco comenzó a alquilarse
como músculo, primero en tareas sencillas, como hacer de matón en
alguna taberna y escoltar a mineros de ónice. Pero aprovechó esto
para sacarse algo de dinero y aprender el oficio de minería como
habilidad secundaria, lo que, una vez que se hizo con un pico, le
permitió obtener algunos ingresos extra vendiendo el material que él
mismo extraía durante algunos de sus viajes. Cuando obtuvo el
suficiente capital, fue a visitar a un herrero para que, con
instrucciones específicas sobre lo que quería, le fabricase un arma
con la que estuviera cómodo. Fue así como logró armarse con un
tetsubo. A medida que iba avanzando en su adiestramiento como minero
e iba ganando reconocimiento como músculo de alquiler y aventurero,
también iba siendo cada vez más aceptado por los ciudadanos de
Inquanok, lo que le permitió moverse con más facilidad por la
ciudad y aceptar más misiones y trabajos. A medida que progresaba,
iba actualizando y mejorando las estadísticas con las que se había
definido y descrito inicialmente en aquella hoja de papel, lo que le
sirvió como medida de sus progresos. Había pasado unas semanas en
la ciudad y había avanzado con bastante celeridad, lo que le hacía
estar orgulloso. Ya estaba comenzando a plantearse el adquirir una
coraza metálica cuando, durante una de sus ocasionales visitas a
Zeus y N'kari (que estaban, como ya era costumbre, fornicando),
cuando, de improviso, se produjo un fogonazo. Apareció ante ellos un
poderoso hombre de rasgos de un atractivo sobrenatural, desnudo de
cintura para arriba y que portaba una corona de brillantes llamas,
flotando sobre el aire.
-Oíd, dioses del trueno
-habló el recién llegado- Soy Karakal, Dios de los Grandes, señor
de los rayos y la fuerza eléctrica, amo de la llama eterna que
brillará hasta el final de los Tiempos. Los que compartimos el poder
del rayo y el trueno estamos sometidos a un grave peligro, debéis
venir conmigo.
El oni contempló
boquiabierto al recién llegado, empezando a hacerse una idea de que
estaba pasando, mientras tanto, Zeus y N'kari, que no habían perdido
detalle de la aparición, seguían a lo suyo. Karakal, digno y
orgulloso, al darse cuenta de esto, exclamó:
-¡¿Pero queréis para
de follar de una vez y prestarme atención?! Ya hemos perdido mucho
tiempo aquí, y debéis venir conmigo cuanto antes, o aquel que nos
amenaza no tardará en localizaros.
Raijin, viendo que
aquellos dos no tenían remedio, tomó la palabra:
-Llevanos contigo
Karakal, lucharemos contra cualquier enemigo que nos amenaze.
Con estas palabras, y con
Zeus en pie sosteniendo a N'kari mientras esta se agarraba con las
piernas a la cintura del griego mientras seguían fornicando,
siguieron a Karakal.
En las laderas del monte
Hategh-Kla, un ave de trueno cayó atravesada por la espada. Otro más
había caído. Muchos más habían de caer...
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