Camino a Thunder-verse (parte 2)
A través de los páramos
congelados, cubiertos de nieve y hielo del norte de las Tierras del
Sueño, en lo que en un tiempo fue la antigua Lomar, civilización
conquistada y destruida de la que tan sólo quedan ruinas, cabalgaba
un poderoso destrero negro. Cubierto de pieles, con un fardo de forma
alargada y un escudo a la espalda, el Herrero Mentiroso cabalgaba por
entre los escasos restos de la olvidada Lomar, cerca de la frontera
entre los mundos de la vigilia y onírico. Sabedor de que una ruta
equivocada lo llevaría hasta las tierras de Groenlandia, el jinete
guiaba con firmeza su poderoso corcel siguiendo el rastro de la
criatura que estaba acechando para darle caza. La persecución duraba
ya demasiado, pues la criatura era terrible y poderosa, pero también
estaba perfectamente adaptada a su medio y había logrado esquivar a
su perseguidor en múltiples ocasiones sin ser plenamente consciente
de la caza a la que estaba siendo sometida. Pero el Herrero Mentiroso
era pertinaz, no estaba dispuesto a darse por vencido. Por ello,
continuaba la búsqueda, dispuesto a llegar hasta el final.
Su tesón tuvo
recompensa, pues finalmente logro atisbar su enorme mole, un coloso
blanco, un descomunal oso polar de seis patas, con un cuerno de
narval en medio de su frente, un gnoph-keh. La criatura se alzó
sobre sus extremidades traseras y rugió su desafío al jinete, que
notaba como la temperatura comenzaba a descender rápidamente y una
ventisca comenzaba a dar señales de formarse. Debía actuar con
prisa, pues la criatura, tal vez por mediación de Ithaqua o del
terrible Ran-Tegoth, podía invocar los vientos helados del norte en
su beneficio, lo que podría conducirle a la muerte y al fracaso en
su misión. Por ello, descargó el fardo de su espalda y lo
desenvolvió parcialmente para extraer una lanza que tomó, ignorando
la hoja de Cortatormentas, también guardada en el hato que volvió a
cerrar y colgar. Embrazó el escudo y conectó el reproductor MP3
para que la música que surgiera en sus oídos le indicara el mejor
modo de actuar contra la bestia blanca. Cuando las primeras notas del
O Fortuna de la ópera Carmina Burana comenzaron a sonar, el Herrero
Mentiroso sonrió. No era su papel habitual, pero debía luchar como
un Héroe. Embrazó el escudo, preparó la lanza y cargó contra el
monstruo de seis patas.
La lanza, un asta de dos
metros y una punta metálica, un arma sencilla y de longeva historia,
pues aquella en concreto era un símbolo, una reliquia consagrada
para tres pueblos, tres religiones. La lanza de Lud hijo de Heli, el
rey celta pre-romano que fundó la ciudad de Londres, la lanza de
Odin, el dios nórdico que se sacrificó a sí mismo, colgando de
Yggdrasil con una lanza clavada en el costado, la lanza de Longinus,
el soldado romano que, según algunas tradiciones, clavó su arma en
el costado de Jesús crucificado. Tres lanzas, un mismo símbolo para
celtas, germanos y nórdicos y cristianos, una reliquia de poder
otorgado por la creencia y la leyenda, esa era el arma empuñada por
el Herrero Mentiroso mientras cargaba con su terrible montura contra
el demoniaco habitante de los páramos congelados.
Cuando el choque se
produjo fue de una violencia inusitada, pues el gnoph-keh se había
alzado sobre sus extremidades posteriores y amenazaba con sus
poderosas garras, en medio de la ventisca creciente, al atrevido
héroe que le atacaba. Pero el Herrero Mentiroso era astuto y, pese a
no ser una de sus características más conocidas, también era un
hábil guerrero. Conduciendo a su caballo con maestría, logró
acercarse lo suficiente a la criatura como para arrojar con precisión
insospechada su lanza y esquivar las terribles garras de la bestia.
El habitante de los hielos, sorprendido por el movimiento de su
adversario, percibió demasiado tarde que el arma había quedado
profundamente clavada en su torso, atravesando la gruesa piel, las
capas de grasa y músculo, para quedar firmemente hundida en su
poderoso corazón. Pese a su brutal constitución, el ser cayó y, al
morir, la ventisca comenzó a disiparse. Cuando el viento se calmó,
el Herrero Mentiroso se aproximó a la criatura y, usando la propia
Cortatormentas, de un tajo seccionó el cuerno del monstruo. Con el
marfil del mismo haría una empuñadura digna de la poderosa espada
que había forjado. Satisfecho por haber conseguido lo que buscaba,
partió en busca de su próximo objetivo.
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