Nadie sabía de donde
surgió la tormenta. Los meteorólogos estaban sorprendidos, pues la
tempestad pareció surgir de la nada, formándose rápidamente y
cubriendo toda Arkham con un remolino de nubes negras preñadas de
una lluvia que no tardó en desatarse sobre la ciudad y un fuerte
aparato eléctrico. Los truenos eran terribles, durante los primeros
minutos los rayos se contaban por decenas, cubriendo las nubes y la
ciudad con una extraña iridiscencia con cada descarga. La fuerza de
aquel vórtice ciclónico era anormal y sus consecuencias fueron más
allá de lo esperado. Además de los daños causados por la caída de
los rayos, se produjo un apagón que sumió la población en la
oscuridad, tan sólo iluminada por los relámpagos, pero, como
extraño efecto secundario, todas las baterías y pilas se quedaron
de improviso sin carga, agotadas, como si alguna ignota fuerza las
hubiera vaciado de energía. Durante la tormenta, en La Llave y la
Puerta, Brontes se removía inquieto en su cama, atormentado por una
pesadilla que le impedía descansar plácidamente. En su delirio
onírico, el dios del trueno percibió algo que le hizo despertar
aterrado con un alarido que se escuchó por todo el edificio y parte
del campus y los alrededores. Las imágenes de su desvarío, del
terror que le había atormentado, se desvanecieron rápidamente de su
mente, pero permanecía la sensación de una presencia extraña, un
dios con desconocidos propósitos, y una espada que se estaba
forjando. Un nombre se asentó fuertemente en su mente:
Cortatormentas. Por alguna razón, la creación de ese filo parecía
estar provocando una desestabilización en los niveles energéticos
de los continuos espacio-temporales y causando alarmantes y caótica
fluctuaciones en el dominio de las tormentas por parte de las
deidades que las incluían en sus ámbitos de poder. Estremecido,
Brontes se levantó para ir a vaciar la vejiga y volvió a acostarse,
esperando que los acontecimientos de esa noche no tuvieran nuevas
consecuencias. Se equivocaba.
Brontes prefería, con
mucho, enfrentarse a Harvey Pickman en modo berserker, plantarse ante
una estampida de elefantes, visitar a Azathoth en su corte, antes que
recibir una furiosa arenga por parte de Anna Pickman. Y eso era
precisamente lo que estaba haciendo. La medium de la familia estaba
tremendamente cabreada, en un estado que se podía definir como
“tormenta perfecta”, y con razón. La tempestad nocturna con sus
extrañas consecuencias había provocado que el grueso de
estudiantes, que se habían acostado tarde estudiando para los
exámenes del día, se hubieran quedado dormidos al no sonar sus
despertadores ni las alarmas de sus móviles, ya que todos se habían
quedado con las pilas y baterías agotadas. ¿Y a quién ibas a
llamar en ese caso? Al tonto del pueblo, a Brontes, el dios del
trueno. ¿No se había provocado todo por la tormenta nocturna? ¿No
era todo acaso un follón provocado por la falta de electricidad, por
un fallo de energía? Pues nada, adivina a quien le tocaba solucionar
el follón. Con la cabeza retumbando tras sentir la furia
pesadillesca de Anna, Brontes trató de idear algún plan de
contingencia para el problema que no era precisamente pequeño: Había
que despertar, vestir y enviar a las aulas para que se examinaran a
tiempo a más de un centenar de alumnos profundamente dormidos. Con
Anna pegado a él mirándole con expresión furiosa, el dios tuvo un
momento de inspiración que le llevó a la carrera a buscar a
Unglaublich, el servidor de los otros dioses residente.
Cuando Brontes le explicó el plan que había ideado, la protoplásmica masa del ser, que había adoptado temporalmente el aspecto de una especie de sapo de cuyo lomo surgían hordas de zarcillos, se sorprendió tanto ante lo osado del mismo que, durante unos instantes, su cuerpo se removió en una plasticidad informe y ameboide hasta que logró recuperar el control y adoptar de nuevo la forma batracia. De algún ignoto rincón de su cuerpo extrajo una flauta de pan (por alguna razón, Unglaublich coleccionaba flautas), y se dispuso a poner en marcha el plan de contingencia del dios.
Anna, quien finalmente
había decidido echarles una mano, y el griego junto con el
multiforme flautista, comenzaron a recorrer las habitaciones de la
residencia, aprovechando las capacidades teleportadoras de
Unglaublich. Como un tornado de tres individuos, usaban la llave
maestra de Anna para entrar en una habitación, meterle una pastilla
de cafeína al/la estudiante para despertarlo, vestirlo a toda prisa
y de cualquier manera y pasar a la siguiente habitación. Por el
camino, encontraron prácticamente de todo: nerds fanáticos de las
ciencias, obsesos del ocultismo, parejas que habían pasado de
estudiar a realizar actividades más aeróbicas en la cama y se
habían quedado dormidos juntos y desnudos, habitaciones forradas de
fotos de mujeres desnudas bajadas de internet e impresas,
habitaciones pijas que daban auténtica grima, a Welcome dormida con
un short y una camiseta en una pose más bien poco digna, estudiantes
que se habían quedado dormidos sobre los libros, y todo tipo de
fauna que puede hallarse en ese ecosistema conocido como
“universidad”. Cuando hicieron todo el recorrido, se teleportaron
a la sala desde donde se controlaba el sistema de megafonía de la
residencia, instalado por Summanus y que el dinosauroide, por alguna
extraña razón, había enganchado con el sistema de megafonía de la
Miskatonic. Aunque usualmente no se utilizaba salvo para algún
simulacro de incendio o para poner hilo musical durante alguna fiesta
o evento, en esta ocasión se le iba a dar un uso bien distinto.
Unglaublich, con su flauta de pan, comenzó a tocar una extraña y
alienígena melodía destinada a entrar por los oídos y conectarse
directamente a los centros motores del cerebro humano, por lo que la
horda zombi de estudiantes recién despertados y aun somnolientos se
puso en marcha como un único cuerpo y comenzaron a avanzar
tambaleándose al unísono, como si estuvieran poniendo en práctica
una coreografía que resultaba sospechosamente familiar. Tan familiar
como la melodía que interpretaba el servidor de los otros dioses,
que a Anna le pareció una extraña versión de “Thriller” de
Michael Jackson y cuyo baile parecían imitar los estudiantes.
De esta curiosa manera,
la horda zombi universitaria surgió de la residencia como una maraña
de cuerpos adormilados con los calzoncillos en la cabeza, las bragas
sobre los pantalones, sujetadores colgando de los brazos, camisas con
los faldones fuera, jerséis puestos del revés y demás desastres
indumentarios. Avanzaban bailando y tambaleándose en dirección a
las aulas, donde los sorprendidos profesores los veían entrar y
tomar asiento sin ser muy conscientes de lo que sucedía. Cuando el
último de los estudiantes había llegado a su lugar, Anna pudo
respirar tranquila y felicitar a Brontes y Unglaublich por su
excelente actuación. Tan sólo esperaba que no volviera a repetirse
otra vez semejante problema, pero, con la experiencia que tenía en
aquella loca universidad, esperaba cualquier cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario